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Reflexión Weekend: "Cumplir la voluntad o no, no significa que seas bueno o que seas malo" Domingo XXVI

DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO (Mateo 21, 28-32)

En la liturgia de la Palabra de este Domingo, queda muy claro que Dios NO, condena a nadie; por el contrario el plan de Dios, es que todos alcancemos la salvación y por eso envió a su único Hijo, Jesucristo, para que por Él, con Él y en Él, vivamos y se lleve a cabo su designio de amor.

En la primera lectura de la profecía de Ezequiel se nos dice: “Si el honrado se aparta de su honradez, cometa la maldad y muere, muere por la maldad que ha cometido. Y si el malvado se aparta de la maldad cometida, y se comporta recta y honradamente, vivirá.  Si recapacita y se convierte de los pecados cometidos, vivirá, no morirá”. (Ez. 18, 26–28).  Por lo tanto, cada persona debe asumir con responsabilidad las consecuencias de sus actos y después no echarle la culpa a nadie, en este caso a Dios. Y es por eso que debemos tomar conciencia de lo que somos: Hijos de Dios, lo cual nos debe llevar a hacer nuestras esas palabras del salmo 24: “Recuerda Señor, que tu misericordia es eterna”…”no te acuerdes de los pecados ni de las maldades de mi juventud”… “el Señor es bueno y es recto y enseña el camino a los pecadores”… “hace caminar a los humildes con rectitud, enseña el camino a los humildes”.  

Hagamos nuestras esas palabras de este salmo y pidámosle al Señor de verdad que nos haga descubrir, o mejor, redescubrir la grandeza de su amor, el cual poco a poco nos hará vernos a nosotros mismos, como a esos hijos que lo necesitan, que lo buscan, que desean dejarse guiar por Él, hacia la luz, hacia la vida.  Y es por eso que el salmo termina con esa profunda afirmación: “El Señor hace caminar a los humildes con rectitud, enseña el camino a los humildes”.  Si, acá está la clave de todo, en la humildad; y eso lo podemos confirmar en la segunda lectura donde el apóstol San Pablo, se dirige a los Filipenses y hoy a nosotros: “No hagáis nada por rivalidad o vanagloria; sed, por el contrario, humildes y considerad a los demás superiores a vosotros mismos. Que no busque cada uno sus propios intereses, sino los de los demás. Tened pues, los sentimientos de Cristo”.


Ser humildes, tener los mismos sentimientos de Cristo… esa es la propuesta que se nos hace hoy para poder experimentar la misericordia infinita de Padre Dios… y por eso en el bautismo de Jesús en el Jordán esa Voz del cielo dijo: “Este es mi hijo amado, en quien me complazco” (Lc. 3, 22) Nosotros por eso por nuestra obediencia al Plan de Dios Padre que quiere salvarnos debemos acoger a Jesucristo y ser como Él: obedientes, humildes…. Solo el corazón humilde es el que se deja guiar, es el que se deja corregir y puede aceptar sus propios errores.  La humildad es la que nos conduce a un verdadero encuentro con la misericordia infinita de Dios, de tal manera que al mirarnos sienta esa misma complacencia que con su Amado Hijo.

Es esa misma humildad la que nos hace sentir y ver que somos iguales delante de Dios; pues Él nos ama a todos y para todos tiene el mismo plan; por lo tanto la parábola de los dos hermanos no es para mostrarnos que hay que hacer una división entre buenos y malos; es decir, los que cumplen la voluntad de Dios son los buenos y los que no la cumplen son los malos. No. Esa no es la finalidad del Evangelio de hoy. En estos dos hermanos está reflejada toda la humanidad, la cual muchas veces, como seguramente ya lo hemos experimentado todos, ha caído en el error de la indecisión, nos proponemos cosas y no las cumplimos o como decía el apóstol San Pablo: “Pues no hago el bien que quiero, sino el mal que aborrezco” (Rom 7, 19).

La parábola nos enseña que todos estamos en igualdad de condiciones, tanto el primero como el segundo de los hermanos; es decir que hoy podemos estar bien, cumpliendo nuestros deberes y obligaciones; podemos estar esforzándonos por hacer la voluntad de Dios, oración, vida sacramental, obras de caridad, etc., pero eso no nos hace mejor que nadie, ni nos debe llevar a compararnos con nadie…, porque puede que después sea lo contrario, la fe se empiece a debilitar, llegue la duda, la frialdad espiritual, caer en la rutina que conduce al fracaso, etc.  Como también puede ser el otro caso de alguien que está lejos del camino del Señor, viviendo de cualquier manera sin importarle que es cristiano o no, sin vida de Iglesia, pero después puede cambiar e iniciar un proceso de conversión.  Por eso no podemos hacer clasificaciones entre buenos y malos, sino que todos debemos mejor, esforzarnos por buscar esa misericordia de Dios, diciéndoles SÍ.  Sí señor, queremos trabajar en tu viña, queremos ser colaboradores en la construcción del Reino, por eso auméntanos la fe, haz que nuestro corazón sea cada vez más humilde y desinteresado y que no nos quedemos en la mitad del camino; pero si en algún momento caemos, desfallecemos, nos visita la duda, el desierto espiritual, pues levántanos y permítenos seguir contigo para no caer en la actitud de los maestros y doctores de la ley, que se creían los mejores, que vivían de apariencias, los demás sólo veían la máscara, porque por dentro eran otros estaban lejos de la misericordia, del amor, porque por su orgullo y soberbia no la querían aceptar.

Por consiguiente, a la luz de la Palabra de este domingo NO, debemos preguntarnos, con cuál de los dos hermanos me identifico, sino, si le digo SÍ, al Señor, ¿Estaré dispuesto a responderle con generosidad, sin mirar atrás, asumiendo todo lo que conlleva aceptar con amor la cruz en mi vida como cristiano? O si le digo NO, ¿Estaré dispuesto a permanecer el resto de mi vida lejos de esa propuesta de amor y misericordia, que se experimenta cuando se acepta trabajar en la construcción del reino?

 

Reflexión Weekend: EL SEÑOR EN TODO MOMENTO NOS ESTÁ INVITANDO A LA SALVACIÓN. (Mateo 20, 1 - 16) Domingo XXV del Tiempo Ordinario

La liturgia de este domingo nos pone de frente, a la grandeza de los planes
de Dios, que no son los mismos planes de los hombres. Dios quiere nuestra mayor felicidad y por eso envió a su Hijo, para que con Él, tuviésemos vida, y vida en abundancia como dice Juan 10, 10. Y es esa vida en Él, la que nos llena de fortaleza, de ilusión, de esperanza, de alegría, incluso en los momentos más cruciales y fuertes de la existencia… pero el hombre también quiere ser feliz, a su manera, y cree encontrarla lejos de Él, terminando sumergido en otra realidad, de angustia, en la oscuridad, en el sinsentido de la vida, porque se ha alejado de la verdadera fuente que le podría haber llenado y satisfacer lo que buscaba… ser feliz; una felicidad que llegará a su plenitud en otro momento, pero que ya, ahora, acá, podemos experimentar.

En razón de eso, el Señor Jesús a través de esta parábola de la viña, en su momento quiere enseñar a sus discípulos y hoy a nosotros, que para ser felices debemos acoger el Reino de Dios. Un reino que es amor, que es misericordia, que es bondad; para ello debemos tener en cuenta que el propietario de la viña es nuestro Señor Jesucristo, y en los trabajadores que Él sale a buscar, está reflejada la humanidad.

En un primer momento vemos los deseos profundos del Señor de tenernos trabajando en su viña y por eso llama en la mañana, al medio día o en la tarde; es decir que en todo momento nos invita, es insistente. Hay quienes le han respondido en la mañana, desde que eran niños; hay quienes le han respondido al medio día, en su juventud o madurez y hay quienes le han respondido en la tarde, ya en una edad más avanzada; también, hay quienes toda la vida ha estado invitando y aún no le han respondido. 

Hoy a través de esta Palabra nuestro Padre Dios, nos está diciendo: Ven conmigo, únete, quiero que seas feliz, necesito que trabajes conmigo y por eso regala múltiples dones y carismas a quien quiere y como quiere, sencillamente, porque es Bueno.  Y ese es el reino: todos juntos trabajando, construyendo vidas; es el encuentro de todos con el Señor unidos por el amor, por la fe y todo lo que se desprende de ello. Por eso la Invitación de Jesús es a que tú y yo, nos unamos a la obra, nos comprometamos a la construcción de ese reino, donde no habrá diferencias, sino que todos seremos iguales delante de Él porque somos su rebaño, sus ovejas con un único Pastor.


En un segundo momento Jesús nos hace caer nuevamente en la cuenta, como lo hacía hace un par de domingos atrás, que nosotros no vemos las cosas como las ve Dios, sino como la ven los hombres; y fue justamente en aquél momento en el que anunciaba a los discípulos su pasión, y Pedro de buena voluntad, no aceptaba lo que le iba a suceder al Maestro. “No lo permita Dios, Señor, eso nunca te acontezca”. (Mt. 16, 22).

Ese actitud la vemos nuevamente reflejada en la postura que tomaron los trabajadores de la viña, al ver que el patrón le paga a todos por igual; tanto al que estuvo más tiempo soportando el calor, como al que sólo trabajó un rato. Ellos ven injusticia, desigualdad y hasta explotación… pero están equivocados, porque el empleador de antemano había hecho un trato con cada uno y a todos les paga según lo acordado. Pero Dios va mucho más allá y su Justicia es en el amor y la bondad.


Esa paga que da es la salvación y a eso ha venido Jesús al mundo a que todo el que crea en Él alcance la salvación y por eso nos está llamando a toda hora: en la mañana, a medio día y al atardecer. Por lo tanto, queda claro que la Salvación no es por méritos propios; es decir, el que más haga, tiene más derecho, el que más tiempo dedique será privilegiado, No. No es así. Dios espera que le demos un sí, que acojamos su Palabra, que es Jesús, y llenos de su Espíritu empecemos a actuar movidos por el amor, el cual será lo que ahora valga la pena; entonces la pregunta no será: ¿cuánto tiempo llevo trabajando en la viña o cuánto tendré que trabajar? Sino mejor: ¿Con qué tanto amor he trabajado o cuánto será el amor con el que dedicaré mi servicio al Señor? Y al final será la vivencia del amor quien tenga la última palabra en el momento de la paga, porque Dios es Bueno. Amén.





Reflexión Weekend. "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida". Domingo V de Pascua.

Lectura del santo Evangelio según san Juan 14, 1-12

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
-No perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias, si no os lo habría dicho, y me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.

Tomás le dice:  -Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino? Jesús le responde:  -Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.  Felipe le dice:

-Señor, muéstranos al Padre y nos basta.  Jesús le replica:
-Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores. Porque yo me voy al. Padre.
Palabra del Señor.


Sendero por los Acantilados de Conil de la Frontera. Foto del padre Didier Octavio Jiménez Puerta
El Evangelio de este quinto domingo del Tiempo Pascual nos trae la primera parte del capítulo 14 del Evangelio de San Juan.
El Señor declara a sus discípulos que va a prepararles un lugar en la Casa de su Padre.

Jesús ya les había anunciado a los apóstoles las diferentes etapas de la Pasión y no les había ocultado que incluso uno de ellos iba a ser instrumento de la traición. Pero, para que no se aflijan sin esperanza y se desalienten, les afirma: “No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí”.
Nunca tenemos derecho a desanimarnos; la herencia que nos ha dejado Jesús es el optimismo y la alegría; así ni el desánimo, ni la desconfianza ni el pesimismo, ni la tristeza deben anidar en nuestros corazones, ni pueden perjudicar nuestra vida espiritual ni nuestra acción apostólica.

Nuestro apoyo está en Cristo, que es Dios. Él es nuestra esperanza y de Él recibimos la ayuda que necesitamos en cada momento. No hay horas grises con Cristo; teniéndolo a Él por Amigo, todo cambia, y los horizontes se aclaran.
Los amigos desean estar siempre juntos y hacerse mutuamente felices. Si Jesús es nuestro Amigo, tampoco quiere separase de nosotros; debiendo ir al Padre, nos advierte que no se separa de nosotros por mucho tiempo, sino que Él se nos adelanta para “prepararnos un lugar”.
El pensamiento del lugar que nos espera, gozando de la compañía de Jesús, tiene que darnos fuerzas y aliento, para soportar las contrariedades de la vida y aspirar la plenitud del cielo.
Y cuándo Tomás le pregunta por el camino para llegar a dónde el Señor va, Él responde: “Yo soy el camino”.

Jesús es el camino en cuanto nos revela al Padre, nos da a conocer el camino que conduce al Padre: Él mismo es el único acceso al Padre.
Jesús es el Camino, porque Él nos mereció la gracia, que nos hace hijos de Dios y herederos del cielo, y Él con su doctrina y con su ejemplo nos enseña el camino que hemos de seguir para llegar al cielo.

Nadie se ha atrevido a hacer las afirmaciones que Jesús hizo. En boca de otro serían una insensatez. En boca de Jesús son un verdadero consuelo. Él es la ruta que Dios nos ha trazado. Por ella andamos seguros.

Él es la Verdad; en medio de tanta mentira y falsedad como nos rodea, es una verdadera tranquilidad saber que se está en la verdad, que nunca cambia.
Él es la Vida, es el centro de los corazones y de todos los espíritus que anhelan la bondad y el amor. Fuera de Cristo no hay más que error, sombras y muerte.
Hemos de procurar conocer bien a Jesucristo para seguirle, imitando su vida, y para merecer de esta manera la vida eterna del cielo.

Como vimos repetidamente en los Evangelios de estos últimos días, Jesús ha hablado con mucha frecuencia a sus apóstoles del Padre, y de las relaciones que lo unen con el Padre. La insistencia de Jesús en tratar el tema del Padre ha suscitado en algunos el deseo de un conocimiento más hondo y más experimental del Padre, y así uno de ellos, Felipe le ruega a Jesús: “Señor, muéstranos al Padre”. No han caído en la cuenta que “el que me ha visto a Mí, ha visto al Padre”.
En Jesús se transparenta el Padre, sus palabras son las palabras del Padre. Él mismo es la Palabra del Padre hecha carne y sus obras son del Padre.



El Señor se quejó a Felipe de que todavía no lo conociera, los apóstoles aún en la última cena todavía estaban muy lejos del conocimiento de Jesucristo, a pesar de que durante tres años Jesús había estado adoctrinándolos sin cansancio. Varias veces dieron motivo, para que Jesús se quejara de que no le entendían.

Hoy vamos a examinarnos a nosotros mismos y preguntarnos si algunas veces no somos motivo de pena para el Corazón de Cristo. A cuestionarnos si a pesar de nuestra religiosidad, no hemos llegado aún al conocimiento experimental de una vida de íntima unión con Jesús.
Y vamos a pedirle a María, nuestra madre, a ella que como nadie en la tierra conoció y amó a Jesús y al Padre, que nos ayude en nuestro empeño de unirnos más al Señor.

 

"TODO LO PUEDO EN AQUÉL QUE ME CONFORTA". Don de Fortaleza, Catequesis del Papa Francisco.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hemos reflexionado sobre los tres primeros dones del Espíritu Santo: sabiduría, entendimiento y consejo. Hoy pensemos en lo que hace el Señor, Él viene siempre a sostenernos en nuestra debilidad y esto lo hace con un don especial: el don de la Fortaleza.

1. Hay una parábola que nos ayuda a comprender la importancia de este don. Un sembrador va a sembrar; pero no todas las semillas que siembra dan fruto. Las que terminan en el camino se las comen las aves; las que caen en terreno pedregoso o entre espinas brotan, pero pronto se secan por el sol o ahogadas por las espinas. Solo las que caen en la buena tierra crecen y dan fruto.

Como el mismo Jesús cuenta a sus discípulos, este sembrador representa al Padre, que difunde abundantemente la semilla de su Palabra. La semilla, sin embargo, a menudo, choca con la aridez de nuestros corazones y, aun cuando viene recibida, a menudo se mantiene estéril. Con el don de la Fortaleza, en cambio, el Espíritu Santo libera la tierra de nuestro corazón, la libera del letargo, de las incertidumbres y de todos los miedos que pueden detenerlo, de modo que la Palabra del Señor sea puesta en práctica, de manera auténtica y alegre. Es una verdadera ayuda este don de la Fortaleza, nos da fuerza, incluso nos libera de tantos impedimentos.

Foto en la cumbre de una montaña, entre Tarifa y Algeciras, frente al Continente Africano.
2. Hay también momentos difíciles y situaciones extremas en las cuales el don de la Fortaleza se manifiesta de modo extraordinario, ejemplar. Es el caso de aquellos que tienen que afrontar experiencias particularmente duras y dolorosas, que perturban su vida y la de sus seres queridos. La Iglesia resplandece por el testimonio de tantos hermanos y hermanas que no han dudado en dar la propia vida, con tal de permanecer fieles al Señor y a su Evangelio.


 También hoy no faltan cristianos que en tantas partes del mundo continúan celebrando y testimoniando su fe, con profunda convicción y serenidad y resisten también cuando saben que esto puede costar un precio muy alto. También nosotros, todos nosotros conocemos gente que ha vivido situaciones difíciles, tantos dolores. Pensemos en aquellos hombres y en aquellas mujeres que llevan una vida difícil, luchan por llevar adelante la familia, educar a los hijos, pero esto lo hacen porque está el Espíritu de la Fortaleza que los ayuda.


Cuántos, cuántos hombres y mujeres, de los cuales no conocemos el nombre, honran nuestro pueblo, honran nuestra iglesia porque son fuertes, fuertes en el llevar adelante su vida, su familia, su trabajo, su fe. Pero estos hermanos y hermanas nuestros son santos, santos cotidianos, santos escondidos, en medio de nosotros. Tienen precisamente el don de la Fortaleza para llevar adelante su deber de personas, de padres, de madres, de hermanos, de hermanas, de ciudadanos. Tenemos tantos, tantos.

¡Agradezcamos al Señor por estos cristianos que tienen una santidad escondida, pero es el Espíritu dentro que los lleva adelante! Y nos hará bien pensar en esta gente, si ellos hacen esto, si ellos pueden hacerlo ¿por qué yo no? Y pedirle al Señor que nos dé el don de la Fortaleza.

Faro Antiguo en las costas de Tarifa
3. No se debe pensar que el don de la Fortaleza sea necesario solamente en algunas ocasiones o situaciones particulares. Este don debe constituir la característica esencial de nuestro ser cristianos en la normalidad de nuestra vida cotidiana. Como he dicho, en todos los días de la vida cotidiana tenemos que ser fuertes, tenemos necesidad de esta Fortaleza para llevar adelante nuestra vida, nuestra familia, nuestra fe.

Pablo, el apóstol Pablo, ha dicho una frase que nos hará bien escuchar: “Yo lo puedo todo en aquel que me conforta”. Cuando llega la vida ordinaria, cuando llegan las dificultades, recordemos esto: “todo lo puedo todo en aquel que me conforta”. El Señor da la fuerza, siempre, no falta. El Señor no nos prueba más de lo que nosotros podemos tolerar. Él está siempre con nosotros, “todo lo puedo en aquel que me conforta”.
Queridos amigos, a veces podemos estar tentados de dejarnos vencer por la pereza o peor, por el desaliento, sobre todo de frente a las fatigas y a las pruebas de la vida. En estos casos, no perdamos el ánimo, invoquemos al Espíritu Santo para que, con el don de la Fortaleza, pueda aliviar nuestro corazón y comunicar nueva fuerza y entusiasmo a nuestra vida y a nuestro seguimiento de Jesús. Gracias.


Reflexión WEEKEND. EL BUEN PASTOR. IV Domingo de Pascua

En las lecturas del cuarto Domingo del Tiempo Pascual, se nos presenta insistentemente la figura del Buen Pastor. El apóstol San Pedro, en su Primera Carta, afianza a los cristianos en la fe recordándoles en medio de la persecución lo que Cristo había hecho y sufrido por ellos. La última frase del pasaje "El cargó con la cruz, para que empezáramos una vida santa. Pues eran ovejas descarriadas, pero han vuelto al pastor y guardián de sus almas" nos muestra la imagen del hombre alejado del Señor, que se asemeja a las ovejas perdidas, sin rumbo y expuestas a todos los peligros.

La liturgia nos invita a reflexionar en la misericordia y el amor de Jesús. En el evangelio es Jesús mismo que se presenta a sí mismo bajo esta imagen del Buen Pastor.

Gracias a la comparación de Jesús, podemos imaginarnos uno de esos corrales en que se juntan los rebaños de varios pastores bajo la vigilancia de un cuidador para pasar la noche. Al amanecer, cada pastor llama a sus ovejas y parte al frente de ellas.



La Biblia anunciaba el día que Dios, el Pastor, vendría a reunir las ovejas dispersas de su pueblo, para que vivieran seguras en su tierra. Jesús es el Pastor, y ha venido para cumplir lo anunciado; pero no lo hará en la forma esperada. Los judíos pensaban que el Pastor les devolvería su antigua prosperidad y serían una nación privilegiada en medio de las demás naciones.
Jesús, en cambio, dice claramente que su pueblo no se confunde con la nación judía. Suyos son los que creen, y solamente ellos. Va a sacar de entre los judíos a los que son suyos; de igual modo sacará a sus ovejas de otros corrales.


Imagen del Buen Pastor, en la Capilla Eucarística de Cádiz.

La imagen de Dios como Pastor de Israel era uno de los temas preferidos por los profetas del Antiguo testamento: al pueblo elegido se lo llama “el rebaño”, y Yahvé es su pastor. El nombre le pastores se aplicaba también a los reyes y a los sacerdotes. Jeremías dirige una dura amenaza a estos pastores que dejan que se pierdan las ovejas, y promete en nombre Dios nuevos pastores que de verdad apacienten las ovejas, de modo que nunca más sean angustiadas ni afligidas. Ezequiel reprocha a los pastores sus delitos y pereza, la avidez y el olvido de sus propios deberes y preanuncia que Yahvé les quitará el rebaño y El mismo cuidará de sus ovejas. Más aún, suscitará un Pastor único, descendiente de David, que las apacentará y estarán seguras.

Jesús se presenta como ese Buen Pastor que cuida de sus ovejas. Que busca a la oveja perdida. Que cura a la oveja herida y carga sobre sus hombros a la que esta extenuada.

Se cumplen en El las profecías del Antiguo Testamento. Existe una relación personal entre Jesús, buen Pastor, y sus ovejas; las llama a cada una por su nombre, va delante de ellas; las ovejas lo siguen porque conocen su voz.. Es el pastor único que forma un solo rebaño.

En aquellos tiempos era costumbre reunir durante la noche a varios rebaños de distintos pastores en un mismo recinto. Allí permanecían las ovejas hasta el día siguiente custodiadas por un guardián. Al amanecer, cada pastor entraba y llamaba a sus ovejas, que se levantaban y salían con él. El pastor les hacía oír con frecuencia su voz para que no se perdieran y caminaba delante para conducirlas a los pastos tiernos y abundantes.

Jesús utiliza esta imagen, que era tan conocida para sus oyentes, para mostrarles una enseñanza divina: ante voces extrañas es necesario reconocer la voz de Cristo, que nos llega en forma actual a través del Magisterio de su Iglesia, y seguirle para encontrar el alimento abundante en nuestras almas.

Cristo ha dado a su Iglesia la seguridad de la doctrina en los Evangelios, nos ha dejado sus Sacramentos, y ha dispuesto que haya personas para orientar para conducir, para recordarnos constantemente el camino que nos conduce a El. Disponemos de un tesoro infinito de ciencia: La Palabra de Dios, custodiada en la Iglesia; la gracia de Cristo, que se administra en los sacramentos; el testimonio y el ejemplo de todos los que viven rectamente junto a nosotros.
En este tiempo Pascual, que es tiempo de alegría para los cristianos por la Resurrección del Señor, pidamos a María que nos ayude a reconocer siempre su voz, que es la voz de nuestro Buen Pastor, y que sigamos siempre por el camino en que El nos guía.


DON DE CONSEJO. Catequesis del Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas:

Hemos escuchado en la lectura aquella parte del libro de los Salmos que dice “el Señor me aconseja, el Señor me habla interiormente”. Y este es otro don del Espíritu Santo: el don del consejo. Sabemos cuánto es importante, sobre todo en los momentos más delicados, el poder contar con las sugerencias de personas sabias y que nos quieren. Ahora, a través del don del consejo, es Dios mismo, con el Espíritu Santo, que ilumina nuestro corazón, para hacernos comprender el modo justo de hablar y de comportarse y el camino a seguir. Pero ¿cómo actúa este don en nosotros?

En el momento en el cual lo recibimos y lo acogemos en nuestro corazón, el Espíritu Santo comienza inmediatamente a hacernos sensibles a su voz y a orientar nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestras intenciones según el corazón de Dios. Al mismo tiempo, nos lleva siempre más a dirigir la mirada interior sobre Jesús, como modelo de nuestro modo de actuar y de relacionarnos con Dios Padre y con los hermanos.
El consejo, es entonces el don con el cual el Espíritu Santo hace que nuestra conciencia sea capaz de hacer una elección concreta en comunión con Dios, según la lógica de Jesús y de su Evangelio. Y de este modo, el Espíritu nos hace crecer interiormente, nos hace crecer positivamente, nos hace crecer en la comunidad. Y nos ayuda a no caer en posesión del egoísmo y del propio modo de ver las cosas. Así el Espíritu nos ayuda a crecer y también a vivir en comunidad.

La condición esencial para conservar este don es la oración. Pero siempre volvemos sobre lo mismo ¿no? La oración. Pero es tan importante la oración, rezar. Rezar las oraciones que todos nosotros sabemos desde niños, pero también rezar con nuestras palabras. Rezar al Señor: Señor ayúdame, aconséjame, ¿qué tengo que hacer ahora?
Y con la oración hacemos lugar para que el Espíritu venga y nos ayude en aquel momento, nos aconseje sobre lo que nosotros debemos hacer. La oración. Jamás olvidar la oración, jamás. Nadie se da cuenta cuando nosotros rezamos en el autobús, en la calle: oramos en silencio, con el corazón. Aprovechemos estos momentos para rezar. Rezar para que el Espíritu nos dé este don del consejo.
En la intimidad con Dios y en la escucha de su Palabra, poco a poco dejamos de lado nuestra lógica personal, dictada la mayor parte de las veces por nuestra cerrazón, por nuestros prejuicios y nuestras ambiciones, y en cambio, aprendamos a preguntar al Señor: ¿cuál es tu deseo? ¡Pedirle consejo al Señor! Y esto lo hacemos con la oración.
De esta manera madura en nosotros una sintonía profunda, casi innata con el Espíritu y comprobamos qué verdaderas son las palabras de Jesús citadas en el Evangelio de Mateo: "No se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes".
Es el Espíritu que nos aconseja. Pero nosotros debemos darle espacio al Espíritu para que nos aconseje, y dar espacio es rezar. Rezar para que Él venga y nos ayude siempre.
Y al igual que todos los otros dones del Espíritu, entonces, el consejo es también un tesoro para toda la comunidad cristiana. El Señor nos habla no solamente en la intimidad del corazón, nos habla sí, pero no solamente allí, sino también a través de la voz y el testimonio de los hermanos.
¡Realmente es un gran don poder encontrar hombres y mujeres de fe que, especialmente en los momentos más complicados e importantes de nuestra vida nos ayudan a iluminar nuestro corazón y a reconocer la voluntad del Señor!

Nuestra Señora Esperanza Macarena, en su Año jubilar, Sevilla, España
Yo recuerdo una vez que yo estaba en el confesionario - y había una fila larga adelante - en el Santuario de Luján. Y estaba en la fila un muchacho todo moderno, ¿no? Con aritos, tatuajes, todas las cosas. Y vino para decirme lo que le sucedía a él. Era un problema grande, difícil. ¿Y tú qué harías? Y me dijo esto: yo le he contado todo esto a mi madre y mi madre me dijo: anda a ver a la Virgen y Ella te dirá lo que debes hacer. ¡Esta es una mujer que tenía el don del consejo! No sabía cómo salir del problema del hijo, pero le ha indicado el camino justo: “anda a ver a la Virgen y Ella te dirá”.


Este es el don del consejo, dejar que el Espíritu hable. Y esta mujer humilde y simple, ha dado al hijo el más verdadero consejo, el más verdadero consejo. Porque este joven me dijo: “yo he mirado a la Virgen y he sentido que tengo que hacer esto, esto y esto. Yo no tuve que hablar. Lo hicieron todo la madre, la Virgen y el muchacho. ¡Éste es el don del consejo! Ustedes mamás, que tienen este don, ¡pidan este don para sus hijos! El don de aconsejar a los hijos. Es un don de Dios.

Queridos amigos, el Salmo 16 nos invita a orar con estas palabras: "Bendeciré al Señor que me aconseja, ¡hasta de noche me instruye mi conciencia! Tengo siempre presente al Señor: él está a mi lado, nunca vacilaré". Que el Espíritu siempre pueda infundir en nuestro corazón esta certeza y nos llene así con su consuelo y su paz! Pidan siempre el don del consejo. ¡Gracias!


NO SEAMOS "CRISTIANOS MURCIÉLAGOS", (Papa Francisco)


No seamos “cristianos murciélagos” con miedo a la alegría de la Resurrección

El Papa Francisco exhortó a los católicos a no ser “cristianos murciélagos”, que prefieren las sombras a la luz de la presencia de Cristo y por tanto tienen miedo a la alegría de la Resurrección del Señor y de su cercanía.

“Esta es una enfermedad de los cristianos. Tenemos miedo de la alegría. Es mejor pensar: ‘Sí, sí, Dios existe, pero está allá; Jesús ha resucitado, está allá’. Un poco de distancia. Tenemos miedo de la cercanía de Jesús, porque esto nos da alegría. Y así se explica la existencia de tantos cristianos de funeral, ¿no? Que su vida parece un funeral continuo”, expresó el Papa al recordar el pasaje evangélico en que los apóstoles se quedan “trastornados y llenos de temor” ante el saludo de paz del Señor.
En vez de alegrarse, indicó Francisco, piensan “que veían un fantasma”, por lo que Jesús trata de hacerles entender que lo que ven es real, los invita a tocar su cuerpo, y pide que le den de comer. Los quiere conducir a la “alegría de la Resurrección, a la alegría de su presencia entre ellos”. Pero los discípulos “no podían creer, porque tenían miedo de la alegría”.



En ese sentido, el Papa advirtió que hay cristianos que “prefieren la tristeza y no la alegría. Se mueven mejor, no en la luz de la alegría, sino en las sombras, como esos animales que sólo logran salir de noche, pero no a la luz del día, porque no ven nada. Como los murciélagos. Y con un poco de sentido del humor podemos decir que hay cristianos murciélagos que prefieren las sombras a la luz de la presencia del Señor”.
“Jesús, con su Resurrección nos da la alegría: la alegría de ser cristianos; la alegría de seguirlo de cerca; la alegría de ir por el camino de las Bienaventuranzas, la alegría de estar con Él”, afirmó Francisco, que alentó a confiar en la cercanía del Señor, pues “la vida cristiana debe ser esto: un diálogo con Jesús, porque – esto es verdad – Jesús siempre está con nosotros, siempre está con nuestros problemas, con nuestras dificultades, con nuestras obras buenas”.

Por ello, llamó a no ser cristianos que “han sido vencidos” en la cruz.
“En mi tierra hay un dicho que dice así: ‘Cuando uno se quema con la leche hirviendo, después, cuando ve una vaca, llora’. Y éstos se habían quemado con el drama de la cruz y dijeron: ‘No, detengámonos aquí; Él está en el cielo; muy bien, ha resucitado, pero que no venga otra vez aquí, porque ya no podemos más’”, explicó el Papa.

“Pidamos al Señor que haga con todos nosotros lo que ha hecho con los discípulos, que tenían miedo de la alegría: que abra nuestra mente: ‘Entonces, les abrió la mente para comprender las Escrituras’; que abra nuestra mente y que nos haga comprender que Él es una realidad viva, que Él tiene cuerpo, que Él está con nosotros, que nos acompaña y que Él ha vencido. Pidamos al Señor la gracia de no tener miedo de la alegría”, concluyó Francisco.


Pedir el Don del Entendimiento. Catequesis del Papa Francisco

DON DE ENTENDIMIENTO

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Después de haber examinado la sabiduría, como el primero de los siete dones del Espíritu Santo, hoy quisiera centrar la atención sobre el segundo don, es decir, el entendimiento. No se trata aquí de la inteligencia humana, de la capacidad intelectual de la cual podemos ser más o menos dotados. Es, en cambio, una gracia que sólo el Espíritu Santo puede infundir y que suscita en el cristiano la capacidad de ir más allá del aspecto externo de la realidad y escrutar las profundidades del pensamiento de Dios y de su designio de salvación.
 
El apóstol Pablo, dirigiéndose a la comunidad de Corinto, describe bien los efectos de este don, es decir, qué cosa hace este don del entendimiento en nosotros. Y Pablo dice esto: “lo que nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo pensar, aquello que Dios preparó para los que lo aman. Dios nos reveló todo esto por medio del Espíritu…”.



Esto obviamente no significa que un cristiano pueda comprender cada cosa y tener un conocimiento pleno de los designios de Dios: todo esto queda en espera de manifestarse en toda su limpidez cuando nos encontraremos ante la presencia de Dios y seremos de verdad una cosa sola con Él. Pero como sugiere la palabra misma, el entendimiento permite “intus legere”, es decir, “leer dentro” y este don nos hace entender las cosas como las entendió Dios, como las entiende Dios, con la inteligencia de Dios. Porque uno puede entender una situación con la inteligencia humana, con prudencia, y está bien. Pero, entender una situación en profundidad como la entiende Dios es el efecto de este don.

Y Jesús ha querido enviarnos el Espíritu Santo para que nosotros tengamos este don, para que todos nosotros podamos entender las cosas como Dios las entiende, con la inteligencia de Dios. Es un hermoso regalo que el Señor nos ha hecho a todos nosotros. Es el don con el cual el Espíritu Santo nos introduce en la intimidad con Dios y nos hace partícipes del designio de amor que Él tiene con nosotros.

Es claro, entonces, que el don del entendimiento está estrechamente relacionado con la fe. Cuando el Espíritu Santo habita en nuestro corazón e ilumina nuestra mente, nos hace crecer día a día en la comprensión de lo que el Señor ha dicho y hecho. El mismo Jesús ha dicho a sus discípulos: yo les enviaré el Espíritu Santo y él les hará entender todo lo que yo les he enseñado.

Entender las enseñanzas de Jesús, entender su Palabra, entender el Evangelio, entender la Palabra de Dios. Uno puede leer el Evangelio y entender algo, pero si nosotros leemos el Evangelio con este don del Espíritu Santo, podemos entender la profundidad de las palabras de Dios. Y este es un gran don, un gran don que todos nosotros debemos pedir y pedirlo juntos: ¡Danos Señor el don del entendimiento!
Hay un episodio del Evangelio de Lucas, que expresa muy bien la profundidad y la fuerza de este don. Después de ser testigos de la muerte en la cruz y la sepultura de Jesús, dos de sus discípulos, decepcionados y tristes, se van de Jerusalén y vuelven a su aldea llamada Emaús.

Mientras están en camino, Jesús resucitado se une a ellos y empieza a hablarles, pero sus ojos, velados por la tristeza y la desesperación, no son capaces de reconocerlo. Jesús camina con ellos, pero ellos estaban tan tristes, tan desesperados que no lo reconocen. Pero cuando el Señor les explica las Escrituras, para que entiendan que Él debía sufrir y morir para luego resucitar, sus mentes se abren y en sus corazones se reaviva la esperanza.

Y esto es lo que hace el Espíritu Santo con nosotros: nos abre la mente, nos abre para entender mejor, para entender mejor las cosas de Dios, las cosas humanas, las situaciones, todas las cosas.

¡Es importante el don del entendimiento para nuestra vida cristiana! Pidámoslo al Señor, que nos dé, que nos dé a todos nosotros este don para entender cómo entiende Él las cosas que suceden, y para entender, sobre todo, la palabra de Dios en el Evangelio. Gracias.