Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos
días!
Hemos reflexionado sobre los tres primeros
dones del Espíritu Santo: sabiduría, entendimiento y consejo. Hoy pensemos en
lo que hace el Señor, Él viene siempre a sostenernos en nuestra debilidad y
esto lo hace con un don especial: el don de la Fortaleza.
1. Hay una parábola que nos ayuda a
comprender la importancia de este don. Un sembrador va a sembrar; pero no todas
las semillas que siembra dan fruto. Las que terminan en el camino se las comen
las aves; las que caen en terreno pedregoso o entre espinas brotan, pero pronto
se secan por el sol o ahogadas por las espinas. Solo las que caen en la buena
tierra crecen y dan fruto.
Como el mismo Jesús cuenta a sus
discípulos, este sembrador representa al Padre, que difunde abundantemente la
semilla de su Palabra. La semilla, sin embargo, a menudo, choca con la aridez
de nuestros corazones y, aun cuando viene recibida, a menudo se mantiene
estéril. Con el don de la Fortaleza, en cambio, el Espíritu Santo libera la
tierra de nuestro corazón, la libera del letargo, de las incertidumbres y de
todos los miedos que pueden detenerlo, de modo que la Palabra del Señor sea
puesta en práctica, de manera auténtica y alegre. Es una verdadera ayuda este
don de la Fortaleza, nos da fuerza, incluso nos libera de tantos impedimentos.
Foto en la cumbre de una montaña, entre Tarifa y Algeciras, frente al Continente Africano. |
2. Hay también momentos difíciles y
situaciones extremas en las cuales el don de la Fortaleza se manifiesta de modo
extraordinario, ejemplar. Es el caso de aquellos que tienen que afrontar
experiencias particularmente duras y dolorosas, que perturban su vida y la de
sus seres queridos. La Iglesia resplandece por el testimonio de tantos hermanos
y hermanas que no han dudado en dar la propia vida, con tal de permanecer
fieles al Señor y a su Evangelio.
Cuántos, cuántos hombres y mujeres, de los
cuales no conocemos el nombre, honran nuestro pueblo, honran nuestra iglesia
porque son fuertes, fuertes en el llevar adelante su vida, su familia, su
trabajo, su fe. Pero estos hermanos y hermanas nuestros son santos, santos
cotidianos, santos escondidos, en medio de nosotros. Tienen precisamente el don
de la Fortaleza para llevar adelante su deber de personas, de padres, de
madres, de hermanos, de hermanas, de ciudadanos. Tenemos tantos, tantos.
¡Agradezcamos al Señor por estos
cristianos que tienen una santidad escondida, pero es el Espíritu dentro que
los lleva adelante! Y nos hará bien pensar en esta gente, si ellos hacen esto,
si ellos pueden hacerlo ¿por qué yo no? Y pedirle al Señor que nos dé el don de
la Fortaleza.
Faro Antiguo en las costas de Tarifa |
3. No se debe pensar que el don de la
Fortaleza sea necesario solamente en algunas ocasiones o situaciones
particulares. Este don debe constituir la característica esencial de nuestro
ser cristianos en la normalidad de nuestra vida cotidiana. Como he dicho, en
todos los días de la vida cotidiana tenemos que ser fuertes, tenemos necesidad
de esta Fortaleza para llevar adelante nuestra vida, nuestra familia, nuestra
fe.
Pablo, el apóstol Pablo, ha dicho una
frase que nos hará bien escuchar: “Yo lo puedo todo en aquel que me conforta”.
Cuando llega la vida ordinaria, cuando llegan las dificultades, recordemos
esto: “todo lo puedo todo en aquel que me conforta”. El Señor da la fuerza,
siempre, no falta. El Señor no nos prueba más de lo que nosotros podemos
tolerar. Él está siempre con nosotros, “todo lo puedo en aquel que me
conforta”.
Queridos amigos, a veces podemos estar
tentados de dejarnos vencer por la pereza o peor, por el desaliento, sobre todo
de frente a las fatigas y a las pruebas de la vida. En estos casos, no perdamos
el ánimo, invoquemos al Espíritu Santo para que, con el don de la Fortaleza,
pueda aliviar nuestro corazón y comunicar nueva fuerza y entusiasmo a nuestra
vida y a nuestro seguimiento de Jesús. Gracias.
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