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Reflexión Weekend. "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida". Domingo V de Pascua.

Lectura del santo Evangelio según san Juan 14, 1-12

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
-No perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias, si no os lo habría dicho, y me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.

Tomás le dice:  -Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino? Jesús le responde:  -Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.  Felipe le dice:

-Señor, muéstranos al Padre y nos basta.  Jesús le replica:
-Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores. Porque yo me voy al. Padre.
Palabra del Señor.


Sendero por los Acantilados de Conil de la Frontera. Foto del padre Didier Octavio Jiménez Puerta
El Evangelio de este quinto domingo del Tiempo Pascual nos trae la primera parte del capítulo 14 del Evangelio de San Juan.
El Señor declara a sus discípulos que va a prepararles un lugar en la Casa de su Padre.

Jesús ya les había anunciado a los apóstoles las diferentes etapas de la Pasión y no les había ocultado que incluso uno de ellos iba a ser instrumento de la traición. Pero, para que no se aflijan sin esperanza y se desalienten, les afirma: “No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí”.
Nunca tenemos derecho a desanimarnos; la herencia que nos ha dejado Jesús es el optimismo y la alegría; así ni el desánimo, ni la desconfianza ni el pesimismo, ni la tristeza deben anidar en nuestros corazones, ni pueden perjudicar nuestra vida espiritual ni nuestra acción apostólica.

Nuestro apoyo está en Cristo, que es Dios. Él es nuestra esperanza y de Él recibimos la ayuda que necesitamos en cada momento. No hay horas grises con Cristo; teniéndolo a Él por Amigo, todo cambia, y los horizontes se aclaran.
Los amigos desean estar siempre juntos y hacerse mutuamente felices. Si Jesús es nuestro Amigo, tampoco quiere separase de nosotros; debiendo ir al Padre, nos advierte que no se separa de nosotros por mucho tiempo, sino que Él se nos adelanta para “prepararnos un lugar”.
El pensamiento del lugar que nos espera, gozando de la compañía de Jesús, tiene que darnos fuerzas y aliento, para soportar las contrariedades de la vida y aspirar la plenitud del cielo.
Y cuándo Tomás le pregunta por el camino para llegar a dónde el Señor va, Él responde: “Yo soy el camino”.

Jesús es el camino en cuanto nos revela al Padre, nos da a conocer el camino que conduce al Padre: Él mismo es el único acceso al Padre.
Jesús es el Camino, porque Él nos mereció la gracia, que nos hace hijos de Dios y herederos del cielo, y Él con su doctrina y con su ejemplo nos enseña el camino que hemos de seguir para llegar al cielo.

Nadie se ha atrevido a hacer las afirmaciones que Jesús hizo. En boca de otro serían una insensatez. En boca de Jesús son un verdadero consuelo. Él es la ruta que Dios nos ha trazado. Por ella andamos seguros.

Él es la Verdad; en medio de tanta mentira y falsedad como nos rodea, es una verdadera tranquilidad saber que se está en la verdad, que nunca cambia.
Él es la Vida, es el centro de los corazones y de todos los espíritus que anhelan la bondad y el amor. Fuera de Cristo no hay más que error, sombras y muerte.
Hemos de procurar conocer bien a Jesucristo para seguirle, imitando su vida, y para merecer de esta manera la vida eterna del cielo.

Como vimos repetidamente en los Evangelios de estos últimos días, Jesús ha hablado con mucha frecuencia a sus apóstoles del Padre, y de las relaciones que lo unen con el Padre. La insistencia de Jesús en tratar el tema del Padre ha suscitado en algunos el deseo de un conocimiento más hondo y más experimental del Padre, y así uno de ellos, Felipe le ruega a Jesús: “Señor, muéstranos al Padre”. No han caído en la cuenta que “el que me ha visto a Mí, ha visto al Padre”.
En Jesús se transparenta el Padre, sus palabras son las palabras del Padre. Él mismo es la Palabra del Padre hecha carne y sus obras son del Padre.



El Señor se quejó a Felipe de que todavía no lo conociera, los apóstoles aún en la última cena todavía estaban muy lejos del conocimiento de Jesucristo, a pesar de que durante tres años Jesús había estado adoctrinándolos sin cansancio. Varias veces dieron motivo, para que Jesús se quejara de que no le entendían.

Hoy vamos a examinarnos a nosotros mismos y preguntarnos si algunas veces no somos motivo de pena para el Corazón de Cristo. A cuestionarnos si a pesar de nuestra religiosidad, no hemos llegado aún al conocimiento experimental de una vida de íntima unión con Jesús.
Y vamos a pedirle a María, nuestra madre, a ella que como nadie en la tierra conoció y amó a Jesús y al Padre, que nos ayude en nuestro empeño de unirnos más al Señor.

 

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