El Evangelio de este quinto domingo del Tiempo
Pascual nos trae la primera parte del capítulo 14 del Evangelio de San Juan.
El Señor declara a sus discípulos que va a
prepararles un lugar en la Casa de su Padre.
Jesús ya les había anunciado a los apóstoles
las diferentes etapas de la Pasión y no les había ocultado que incluso uno de
ellos iba a ser instrumento de la traición. Pero, para que no se aflijan sin
esperanza y se desalienten, les afirma: “No se inquieten. Crean en Dios y
crean también en mí”.
Nunca tenemos derecho a desanimarnos; la
herencia que nos ha dejado Jesús es el optimismo y la alegría; así ni el
desánimo, ni la desconfianza ni el pesimismo, ni la tristeza deben anidar en
nuestros corazones, ni pueden perjudicar nuestra vida espiritual ni nuestra
acción apostólica.
Nuestro apoyo está en Cristo, que es Dios. Él
es nuestra esperanza y de Él recibimos la ayuda que necesitamos en cada
momento. No hay horas grises con Cristo; teniéndolo a Él por Amigo, todo
cambia, y los horizontes se aclaran.
Los amigos desean estar siempre juntos y
hacerse mutuamente felices. Si Jesús es nuestro Amigo, tampoco quiere
separase de nosotros; debiendo ir al Padre, nos advierte que no se separa de
nosotros por mucho tiempo, sino que Él se nos adelanta para “prepararnos un
lugar”.
El pensamiento del lugar que nos espera,
gozando de la compañía de Jesús, tiene que darnos fuerzas y aliento, para
soportar las contrariedades de la vida y aspirar la plenitud del cielo.
Y cuándo Tomás le pregunta por el camino para
llegar a dónde el Señor va, Él responde: “Yo soy el camino”.
Jesús es el camino en cuanto nos revela al
Padre, nos da a conocer el camino que conduce al Padre: Él mismo es el único
acceso al Padre.
Jesús es el Camino, porque Él nos mereció la
gracia, que nos hace hijos de Dios y herederos del cielo, y Él con su
doctrina y con su ejemplo nos enseña el camino que hemos de seguir para
llegar al cielo.
Nadie se ha atrevido a hacer las afirmaciones
que Jesús hizo. En boca de otro serían una insensatez. En boca de Jesús son
un verdadero consuelo. Él es la ruta que Dios nos ha trazado. Por ella
andamos seguros.
Él es la Verdad; en medio de tanta mentira y
falsedad como nos rodea, es una verdadera tranquilidad saber que se está en
la verdad, que nunca cambia.
Él es la Vida, es el centro de los corazones y
de todos los espíritus que anhelan la bondad y el amor. Fuera de Cristo no
hay más que error, sombras y muerte.
Hemos de procurar conocer bien a Jesucristo
para seguirle, imitando su vida, y para merecer de esta manera la vida eterna
del cielo.
Como vimos repetidamente en los Evangelios de
estos últimos días, Jesús ha hablado con mucha frecuencia a sus apóstoles del
Padre, y de las relaciones que lo unen con el Padre. La insistencia de Jesús
en tratar el tema del Padre ha suscitado en algunos el deseo de un
conocimiento más hondo y más experimental del Padre, y así uno de ellos,
Felipe le ruega a Jesús: “Señor, muéstranos al Padre”. No han caído en la
cuenta que “el que me ha visto a Mí, ha visto al Padre”.
En Jesús se transparenta el Padre, sus
palabras son las palabras del Padre. Él mismo es la Palabra del Padre hecha
carne y sus obras son del Padre.
El Señor se quejó a Felipe de que todavía no
lo conociera, los apóstoles aún en la última cena todavía estaban muy lejos
del conocimiento de Jesucristo, a pesar de que durante tres años Jesús había
estado adoctrinándolos sin cansancio. Varias veces dieron motivo, para que
Jesús se quejara de que no le entendían.
Hoy vamos a examinarnos a nosotros mismos y
preguntarnos si algunas veces no somos motivo de pena para el Corazón de
Cristo. A cuestionarnos si a pesar de nuestra religiosidad, no hemos llegado
aún al conocimiento experimental de una vida de íntima unión con Jesús.
Y vamos a pedirle a María, nuestra madre, a
ella que como nadie en la tierra conoció y amó a Jesús y al Padre, que nos
ayude en nuestro empeño de unirnos más al Señor.
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